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    La curiosa historia de la licencia de conducir número uno

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    Dalmiro Varela Castex lo llamaban “Cacerola”, como si una nube de humo y vapor lo precediera. El apodo, también su reputación, lo siguió hasta la muerte. Él, clásico dandy porteño, lo lucía con elegancia: sabía que era prueba de su carácter de pionero. Porque al cabo fue un adelantado en la introducción de los automóviles en la Argentina. Suyo fue el primer vehículo con autopropulsión en el país. Suya fue la patente número 1. Y suyo será por siempre el carnet de conducir número 1, aunque un intendente y un presidente no lo hayan querido así.

    Pertenecía a una familia tradicional. Su nieto era Florencio Varela, escritor y político unitario que -por anti rosista- se exilió durante años en Uruguay y París antes de morir de una cuchillada cruel y traicionera en Montevideo.

    Dalmiro Varela Castex en 1901, sobre la primera ambulancia. Foto: Clarín.com.
    Dalmiro Varela Castex en 1901, sobre la primera ambulancia. Foto: Clarín.com.

    Como buen integrante de la aristocracia, Dalmiro vivía con sus padres Juan Cruz Varela Cané y Rita del Carmen Castex Alcaraz en una mansión palermitana, de esas construcciones que mucho colaboraron en bautizar a Buenos Aires como la “París de América Latina”, con grandes salones de baile y efervescente clima cultural.

    Dalmiro era también un apasionado de los autos. Fue amor a primera vista en la capital francesa, donde pasaba varios meses al año. El flechazo pudo más que su afición a la escultura. Lo elevó a personaje único de la Ciudad de Buenos Aires. Lo convirtió en Cacerola, dueño del auto con la primera patente de la Argentina.

    Del Colegio al vapor, la historia de Varela Castex antes de ser Cacerola

    Nació en Buenos Aires el lunes 4 de mayo de 1863, durante la presidencia de Bartolomé Mitre y poco tiempo antes de la Guerra de la Triple Alianza. Desde pequeño fue un privilegiado, con hogar en Avenida del Libertador y Salguero. Siguió siéndolo hasta el final: sus restos descansan en el distinguido cementerio de la Recoleta, rodeado de familias de su estirpe.

    En la primera juventud cursó estudios en el Colegio Nacional de Buenos Aires, en la nueva etapa que inauguró el propio Mitre y que en su “Juvenilia” describió Miguel Cané, con quien lo vinculaba un lazo familiar lejano. La aristocracia era así. Después se fue a Europa.

    Era costumbre en ciertos círculos el Grand Tour, el viaje para cerrar el ciclo de los estudios. Para él, sin embargo, fue el inicio. Se radicó allí para estudiar Mecánica. A su regreso a la Argentina, profundizó su perfil de dandy: sin descuidar su procedencia, se empleó en los talleres “11 de Septiembre” del Ferrocarril Oeste.

    Pero fue en una de sus posteriores estadías en París -aún sin que la Torre Eiffel estuviera inaugurada- la que prendió el fuego por esas criaturas extrañas que empezaban a transitar por las calles a una decena de kilómetros por hora.

    En 1887 realizó su primer encargo a la firma francesa “De Dion, Bouton et Trépardoux”. Este triciclo, que se movía por acción del vapor y había sido construido a pedido, fue el primer vehículo autopropulsado en Argentina. Esa medalla la peleó con el ejemplar marca Holzman que por aquel tiempo el doctor Eleazar Herrera Motta trajo de Estados Unidos a Chilecito, en La Rioja. Punto para Varela Castex.

    Dos meses después del encargo, el barco atracó y el pedido llegó a la Aduana. Incredulidad y desorientación primaban en la reacción ante esa gigantesca caja de madera. El dueño debió discutir con los agentes para que le permitieran retirar esa joya a vapor.

    Eso no fue todo: ya en los jardines de su mansión, tuvo que refaccionar y adaptar la trocha del vehículo a las dimensiones de las calles porteñas. Cuando lo logró, se hizo amo de la ciudad. El humo que desprendía la caldera ubicada en la parte posterior se erigió en su inconfundible aura personal.

    El Daimler de Dalmiro Varela Castex. (Foto Archivo ACA).
    El Daimler de Dalmiro Varela Castex. (Foto Archivo ACA).Por: Facundo Gionto

    Hierve Cacerola: la primera patente y la pelea con el intendente de Buenos Aires

    El dandy iba a la velocidad de las innovaciones tecnológicas, que en el incipiente sector automotriz era entonces frenética. En 1895 se hizo traer de Alemania un Daimler modelo 1893. Ese año, en Francia los hermanos Lumière presentaban otra pasión bajo el título “Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir”: el cinematógrafo. Del otro lado del mar, la París latinoamericana entraba en la era motora.

    El Daimler, que alcanzaba 35 km/h, contaba todavía con algunas características que -más de un siglo después- resultan llamativas: la dirección era con manubrio y el encendido, por incandescencia. Le siguieron representantes de las principales metrópolis: un Benz a explosión de gasolina (Alemania), un Ford (EE.UU.) y un Panhard (Francia), entre otros.

    Las nuevas creaciones requerían una nueva ciudad. Hubo cambios en la superficie de los caminos, grandes reformas y aperturas de nuevas calles y un nuevo sistema burocrático. Varela Castex tuvo un rol primordial, incluso con cargo en el Concejo Deliberante.

    A él perteneció la primera patente. Funcionaba como un permiso de circulación y, sólo en sus primeros meses, no implicaba un pago de impuestos. Eran chapas enlozadas, costosas y frágiles, con número y escudo de la intendencia con la leyenda “Dirección de Trailers Públicos”. Este tipo de patentes duró hasta 1935. Dejó un variopinto repertorio, ya que el diseño dependía del año y del lugar geográfico de emisión. Y también legó un litigio explosivo.

    De un lado, el hasta entonces dueño del 1. Del otro, el intendente porteño Joaquín de Anchorena (1910-1914). El jefe comunal ordenó que la patente originaria fuera para el intendente. “¡Ni el Espíritu Santo me lo quita!”, hirvió el que se aferraba a la placa iniciática. Intercedió el máximo poder terrenal nacional, el presidente Roque Sáenz Peña, que le dio la razón a Anchorena. Dolorosa derrota.

    El número 1 que sí mantuvo Varela Castex fue el de la licencia de conducir. Se la entregaron el 14 de febrero de 1906. “Conductor de automóvil”, es el título de la libreta, que consigna edad (42 años), nacionalidad (argentino), estado civil (casado), color (blanco) y domicilio (avenida Alvear 1975). Lo acompaña un retrato fotográfico frontal: el bigote tupido, un gorro legionario (con telas que caen sobre los hombros y la nuca) y camisa, corbata y sobretodo contra toda polvareda.

    Dos años antes, Cacerola había protagonizado otro momento fundacional del automovilismo argentino: el 11 de junio de 1904, junto con otros pintorescos personajes de alcurnia, creó el Automóvil Club Argentino. La distinguida lista la integraban Félix Álzaga Unzué, con mansión propia en Alvear y Posadas (donde hoy está el lujoso hotel Four Seasons), José Pacheco Anchorena (dureza militar, delicadeza de escultor), Alfredo Tornquist (banquero e industrial, con casona en la calle Rufino de Elizalde, Palermo, hoy la embajada de Bélgica) y Antonio De Marchi (italiano de origen, con droguería familiar, introductor del tango en los sectores altos, precursor de la aeronáutica). Todos ellos pertenecían a la clase privilegiada y aún hoy duermen en Recoleta. Algunos vivían como dandies. Solo uno, Dalmiro Varela Castex, fue y será para siempre el 1.

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